El ocaso acababa de llegar y yo seguía asustado. Mi
cara era tan inexpresiva como la de un robot. Este estado de ánimo se debía al
hecho de que acababa de destruir el imperio de maldad de la persona más cruel
que haya conocido.
Era un día soleado y los canarios
de mi jaula entonaban una preciosa canción.
¿Irónico no?, hoy tengo
que testificar en contra del mal y a favor de la democracia. Soy consciente de
que mi vida pende de un hilo al hacer esto y sin embargo es el día más bonito
que haya visto en todo el año. Puede que muera.
Lo más probable es que la
autopsia no rebele nada sorprendente. Habré muerto de un infarto por el estrés de la situación,
pero la realidad será que me administraron una dosis de un veneno indetectable
en sangre o bien que el forense haya sido chantajeado.
Este mundo está podrido.
La perversión recorre las calles y hasta los más honorables cargos políticos y
jurídicos juegan según las reglas de la mafia.
Pero yo podría dar el
paso a una nueva era. Solo tengo que afirmar que el presidente es tan sumamente
corrupto que la única hipótesis posible es que haya nacido así. Pero en el
momento en que haga eso, el ángel de la muerte me perseguirá cabalgando su
negro caballo hasta alcanzarme. Y cuando ese momento llegue, no me dejará
pronunciar ninguna palabra. Porque no hay ninguna excusa para ser un chivato. Y
mucho menos, delante de los matones de la mafia. Sí, esos hombres a los que el
término gorilas les queda corto, más bien son murallas.
Acabo de llegar a la
entrada del edificio de justicia. Si se puede llamarlo así.
Todo lo que pasa ahí
dentro es confuso y misterioso. Como si me hubiesen hipnotizado. Solo se una
cosa. Y es que lo he soltado todo. He recitado mi discurso incriminatorio como
un papagayo.
Mi mentor estaría
orgulloso. Siempre me decía: “un periodista
siempre tiene que decir la verdad para que el mundo la conozca”. Lo mismo
que dicen todos. Quizás olvidé mencionar que era periodista. Es por eso que fui
capaz de sacar toda la mierda que estaba enterrada bajo falsos encubrimientos y
amistades.
Ahora estoy en el parque,
viendo la puesta de sol, esperando a mi inminente fin. Pero, como no me gusta
hacer nada mientras espero, decido buscar entre la biblioteca de mis recuerdos,
el libro de mis años felices. Si pudiera volver atrás tan solo un minuto, todo
esto valdría para algo.
Volver a perder el tiempo
con mis zangolotinos amigos y reír. ¿Hace cuánto que no rio?
De repente, oigo como
alguien carga el arma a mis espaldas. Siempre es así, nunca te miran a la cara
al dictaminar su sentencia. No se atreven.
Hace tiempo alguien me
dijo el significado de la palabra tolai, pero nunca me acordé. Ahora sí,
idiota. Idiota era el significado y eso es lo que soy.
Pero no hay marcha atrás.
Ya han apretado el gatillo y siento como la bala me atraviesa. Es como si el
hielo me recorriese las venas mientras mi fin llega.
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