La brisa marina me sopla en la cara. Noto su olor salado en mi nariz y me estremezco por el frío.
Mis ganas de sumergirme son indescriptibles. El barco para y el patrón viene a proa para atar un cabo a la boya del club de buceo.
Mientras tanto yo me voy a popa y me preparo para la inmersión.Me subo la capucha del neopreno y me pongo las gafas. Me ato a la cintura el cinturón de lastre y noto como este me empuja hacia el suelo. Me abrocho el chaleco hidrostático con la botella enganchada y lo inflo. Noto su presión por todo mi pecho y me engancho las aletas a los pies. Meto el regulador en la boca y respiro para comprobar que funciona correctamente. Doy la señal de inmersión y me tiro al agua.
Noto como el fría agua de mar penetra en mi neopreno y tiemblo. Espero a que mi compañero se lance mientras el agua dentro de mi neopreno se calienta haciendo el efecto de un abrigo. Mi compañero se tira y se acerca a mí. Hacemos la señal y nos sumergimos.
Mientras el chaleco que me mantiene a flote se desinfla me pongo cabeza abajo. Las burbujas me rozan la cara al ser expulsadas del regulador y noto como la presión va aumentando.
Cada vez hay menos colores pero por suerte el agua está limpia y todo se ve claramente. A cada metro que me sumerjo empiezo a encontrarme con una mayor cantidad de vida. Lo que primero son algas y corales, luego se convierten en pequeños peces para convertirse a los 35 metros en enormes bancos de estos.
Una vez llegamos a esta profundidad (la que me permite mi licencia), nos estabilizamos buscando la flotabilidad neutra y empezamos a avanzar en línea recta. Nos rodean bancos de peces interminables que te hacen girar el cuerpo entero, y aún así no descubrirás ni el principio ni el final. Encuentro un pulpo escondido debajo de una roca y lo cojo. Como es normal se pelea para escaparse y tras observarlo lo suelto y él vuelve a su escondite.
Allí abajo todo va en perfecta armonía. Los sonidos de la respiración de mi regulador, cada inhalación y exhalación van en perfecto compás con el vaivén de las algas producido por las olas. El sentimiento de paz y relajación es indefinible. No hay tiempo para aburrirse. Hay mucho que observar y poco tiempo para esto.
A mi alrededor pasan toda clase de peces de distinto tamaño, forma, colores...
Al cabo de un rato me encuentro dentro de un banco de peces. Me rodean y me acarician la piel de las manos con sus frías y suaves escamas. Mi momento de gloria se ve interrumpido cuando mi compañero me enseña el nivel de oxígeno que le queda en la botella. Está en reserva.
Nos debemos ir ya. Por eso comenzamos nuestro lento ascenso.
Ha sido poco tiempo, pero esa es la magia del buceo. Que es efímero. Y que en algún momento tendrás que emerger por mucho que quieras seguir bailando con peces.
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